Son las seis de la mañana y el sol despunta sobre los edificios. Faltan tres horas para que abran las puertas. Hace frío. Las miradas fijas en el suelo como si no tuvieran derecho a levantar la cara. No hay dinero, no hay dignidad. Qué paradoja ¿verdad? Tanto tienes, tanto vales y la sociedad así te cataloga. En la cola nadie habla ¿Para qué? Todos están ahí para lo mismo y son conscientes de su situación. Miran al cielo y se dan cuenta de que el sol que empieza a iluminar el día no calentará para todos por igual. Un litro de leche, pan de molde, pasta, arroz y algo mas para pasar la semana con dos hijos y un marido o una mujer en el paro. Miran a su alrededor y escuchan a la gente hacer planes para el fin de semana, para el puente, para el verano, para las Navidades… y ellos pensando en cómo dar de comer a su familia día a día. Se resignan y lo asumen. No les queda otra. Son pobres. Les han hecho pobres. Se miran las manos vacías de proyectos, de ilusiones y se sienten todavía mas miserables. La cola avanza y de repente se encuentran con una sonrisa cálida y verdadera que les da esperanza y, por un momento, vuelven a sentir que son seres humanos y recuperan ese mínimo de dignidad que aún les queda, y ya no sienten vergüenza, porque saben que algún día podrán volver a ser como tu que les miras desde el otro lado de la acera.